sábado, 6 de febrero de 2010
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viernes, 5 de febrero de 2010
Carta de una Vicuña
Señores:
Humanidad.
Yo nací en la límpida pampa, en cualquier punto de américa.
Creci comiendo los pastos en retoño y lamiendo el rocío.
La paja siempre acunó mi vida y siempre me sentí una princesa.
Un día mi reynado se empañó, empezó a marchitarse la pampa
y la sed correteó en mi garganta.
Mis padres salieron en busca de la lluvia,
a conversar con los hombres, dijerón.
Esperé contando las estrellas, éstas se me agotaron
y ellos jamas volvieron.
Me adoptó otra manada y mi pelaje cambio de color con el tiempo.
La nostalgia me tentó un día y salí en busca de mis padres.
Me encontré, cara a cara, con lo que imaginé era un hombre.
Tenia dientes de lobo, ojos de hiena, pasos de serpiente.
¡Dirán que exagero! pero juro que así lo vi.
Me apunto con su guadaña y vomitó su fuego. Un volcán atravezó
mi lomo y empecé a morir ahi mismo.
Entonces recordé que mis niños estarían contando las estrellas
y me ericé como un puma, me levante y a galope lo ataqué,
mordiendole en la mano.
Mi sangre se unío a su herida, escapé y dos gritos retumbarón con el eco.
Han pasado muchas lunas y les escribo preocupada por la salud del cazador.
Díganle que me perdone y que cuando me recupere, encantada
le haré conocer el corazón del rocío y el alma de la pampa.
Humanidad.
Yo nací en la límpida pampa, en cualquier punto de américa.
Creci comiendo los pastos en retoño y lamiendo el rocío.
La paja siempre acunó mi vida y siempre me sentí una princesa.
Un día mi reynado se empañó, empezó a marchitarse la pampa
y la sed correteó en mi garganta.
Mis padres salieron en busca de la lluvia,
a conversar con los hombres, dijerón.
Esperé contando las estrellas, éstas se me agotaron
y ellos jamas volvieron.
Me adoptó otra manada y mi pelaje cambio de color con el tiempo.
La nostalgia me tentó un día y salí en busca de mis padres.
Me encontré, cara a cara, con lo que imaginé era un hombre.
Tenia dientes de lobo, ojos de hiena, pasos de serpiente.
¡Dirán que exagero! pero juro que así lo vi.
Me apunto con su guadaña y vomitó su fuego. Un volcán atravezó
mi lomo y empecé a morir ahi mismo.
Entonces recordé que mis niños estarían contando las estrellas
y me ericé como un puma, me levante y a galope lo ataqué,
mordiendole en la mano.
Mi sangre se unío a su herida, escapé y dos gritos retumbarón con el eco.
Han pasado muchas lunas y les escribo preocupada por la salud del cazador.
Díganle que me perdone y que cuando me recupere, encantada
le haré conocer el corazón del rocío y el alma de la pampa.
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